COLOREANDO MADRID...pica la imagen

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Óleo de Daniel Moreno García

El Maizal / Variaciones sobre el tiempo

PUENTE FANTASTICO


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ESPIRAL DE COLORES

viernes, 11 de febrero de 2011

EL ORDEN IMPLICADO

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EL ORDEN IMPLICADO









“Lo que ocurre en un lugar del universo a una partícula afecta
instantáneamente al resto de las partículas del universo.”
(Bohm lo llamo el orden implicado.)






Son los pequeños detalles, no lo he olvidado,
son la suma de infinitas partículas de nadas
que conforman un todo hasta que lo hacen estallar.

Y estalla.

Estalla tristemente delante de la taza del café,
dice: fin
y maldice lo mejor que es capaz todos los diccionarios.

Son los brevísimos obstáculos para llorar o decir
los que cierran la cara y la llevan a lugares inhóspitos
en los que no hay comida ni te alegra la música
ni sirven para nada tus pies o el diámetro del aire,
¡y pensar que podríamos no habernos conocido,
al fin y al cabo, algo tuvimos,
ya no seremos más unos desconocidos aunque duela!.

Son los infinitesimales acuerdos que tampoco nos valen,
el punto más feliz de la imaginación que también nos falló,
es hoy, ayer, mañana,
la maraña de caras de Borges que siempre son la misma
y eso es lo peor.

Ritual del olvido, el lamento,
ese templo perverso en el que suena un aria
y te derrumbas en átomos muy niños,
y eras un hijo de mi carne que llamaba a mi piel por las tardes,
y eras un hombre que llamaba a mi sexo en la noche,

y eras un cántaro de tierra que me hacías virar
junto a las ondas y las olas,
y eras el as de la dicción, el sofisma endiablado
en el que los poemas y los ángeles se te parecen,
ritual de las horas describiendo
solamente palabras, solamente la voz, solamente lo eterno,
palabras nada más aunque duela.

Así es como sucede, está sucediendo, ahora mismo lo es,
como se cae una hoja seca sin lágrimas ni ojos,
sin nevera, sin agua,
daré largos paseos, nuevamente lo abstracto
pensando en no pensar,
acercarme aún así cuando regrese a casa
por si hubieras dejado una huella,
la esperanza que no se muere ni de muerte, *
no necesito ya los asteriscos,
todo me es útil para tender mi alma como si fuera mi cuerpo,
para entender mi cuerpo como si fuera un alma.

Romper los alegatos para crearse apenas con el oxígeno
y con las horas,
saber de ti como mi mejor aliado y aún así me abandonas,
en cualquier circunstancia, no lo he olvidado,
los pequeños detalles, yo lo he vivido.

Me refiero a esto que no acaba de cuajar hablando del fin,
pensando en ello
se me abren todas las ganas de que pudiéramos arrebatar la f
en el mitad de la frase, tú no lo pienses, yo lo pensé,
como si fuera en la mitad de otro sitio:
Mutari In Alitem, transformarnos en pájaro,
la probabilidad, no lo puedo evitar, en este mundo y en los otros
espiar la materia y atravesar vientres y ranuras
como si fuéramos la luz y es que lo somos.

El objeto a o el sujeto de la partícula o el cosmos
intervenidos por alguien,
citemos a Heisenberg para no estar tan solos,
para no comportarnos como ellas se comportan
y esperar
aquel observador pasajero que vive y estalla
adentro de nosotros,
nosotros mismos,
y nos confunde con teorías y alguna noción de economía,
estética o producto social, pero esto ya lo había dicho, yo ya lo sé,
y qué importa
si no ha servido para nada,
tampoco servirá, no hay que temer.

Yo estoy hablando de verdad del final y eso que lo exploramos todo,
o casi todo, esa es mi pena,
tenernos que comparar con el gato de Schrödinger,
muertos y vivos a la vez.





* Amelia Díez Cuesta















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miércoles, 29 de diciembre de 2010

“EL MITO”

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“EL MITO”







Podrías caer sobre mí como un cortejo de sombras,
encaramarte a mi cara y moldear con este rictus
una plegaria,
someterme a tu vieja voluntad,
descolgarte por mis nervios
en pirámides interminables.
Podrías llegar a vislumbrar
la congoja de ser inapelable,
esconderte en el último alegato
de los que no tienen perdón,
urdir ejércitos de polvo como un héroe demente.



Puedes hacerte o deshacerte
como un ídolo de barro:
no existes ya.



Podría construirte un arrebato,
una vacilación,
una vida que acate tu desaparición
y te deponga...
Pero prefiero que seas el bárbaro soporte
de un universo falible,
la pena cosida de tus pies,
la violencia de tu serenidad
y tu evidencia.












en "A Golpe de Lluvia"






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miércoles, 15 de diciembre de 2010

FLORESTA

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Van Gogh - (Vincent Van Gogh),
Campo de tulipanes





FLORESTA






Mi vida entera encadenada

al emblemático horizonte,

vasto lienzo de amapolas

doblegada por esa hoz.


Suelos encadenados,

atados,

abrazados,

por la promiscuidad de la lluvia,

vientos lábiles

enervando sus mástiles,

portando una señal

leve como una coma,

definitiva como un punto.






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sábado, 30 de mayo de 2009

Loreena McKennitt - The Lady of Shalott /// Alfred Lord Tennyson

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Loreena McKennitt
(LIVE) 
The Lady of Shalott  




Holman Hunt Lady Shalott






Alfred Lord Tennyson




THE LADY OF SHALOTT      



                        I



On either side the river lie
Long fields of barley and of rye,
That clothe the wold and meet the sky;
And through the field the road run by
To many-tower'd Camelot;
And up and down the people go,
Gazing where the lilies blow
Round an island there below,
The island of Shalott.

Willows whiten, aspens quiver,
Little breezes dusk and shiver
Through the wave that runs for ever
By the island in the river
Flowing down to Camelot.
Four grey walls, and four grey towers,
Overlook a space of flowers,
And the silent isle imbowers
The Lady of Shalott.

By the margin, willow veil'd,
Slide the heavy barges trail'd
By slow horses; and unhail'd
The shallop flitteth silken-sail'd
Skimming down to Camelot:
But who hath seen her wave her hand?
Or at the casement seen her stand?
Or is she known in all the land,
The Lady of Shalott?

Only reapers, reaping early,
In among the bearded barley
Hear a song that echoes cheerly
From the river winding clearly;
Down to tower'd Camelot;
And by the moon the reaper weary,
Piling sheaves in uplands airy,
Listening, whispers, ''Tis the fairy
The Lady of Shalott."


                    II


There she weaves by night and day
A magic web with colours gay.
She has heard a whisper say,
A curse is on her if she stay
To look down to Camelot.
She knows not what the curse may be,
And so she weaveth steadily,
And little other care hath she,
The Lady of Shalott.

And moving through a mirror clear
That hangs before her all the year,
Shadows of the world appear.
There she sees the highway near
Winding down to Camelot;
There the river eddy whirls,
And there the surly village churls,
And the red cloaks of market girls
Pass onward from Shalott.

Sometimes a troop of damsels glad,
An abbot on an ambling pad,
Sometimes a curly shepherd lad,
Or long-hair'd page in crimson clad
Goes by to tower'd Camelot;
And sometimes through the mirror blue
The knights come riding two and two.
She hath no loyal Knight and true,
The Lady of Shalott.

But in her web she still delights
To weave the mirror's magic sights,
For often through the silent nights
A funeral, with plumes and lights
And music, went to Camelot;
Or when the Moon was overhead,
Came two young lovers lately wed.
'I am half sick of shadows,' said
The Lady of Shalott.


                    III


A bow-shot from her bower-eaves,
He rode between the barley sheaves,
The sun came dazzling thro' the leaves,
And flamed upon the brazen greaves
Of bold Sir Lancelot.
A red-cross knight for ever kneel'd
To a lady in his shield,
That sparkled on the yellow field,
Beside remote Shalott.

The gemmy bridle glitter'd free,
Like to some branch of stars we see
Hung in the golden Galaxy.
The bridle bells rang merrily
As he rode down to Camelot:
And from his blazon'd baldric slung
A mighty silver bugle hung,
And as he rode his armor rung
Beside remote Shalott.

All in the blue unclouded weather
Thick-jewell'd shone the saddle-leather,
The helmet and the helmet-feather
Burn'd like one burning flame together,
As he rode down to Camelot.
As often thro' the purple night,
Below the starry clusters bright,
Some bearded meteor, burning bright,
Moves over still Shalott.

His broad clear brow in sunlight glow'd;
On burnish'd hooves his war-horse trode;
From underneath his helmet flow'd
His coal-black curls as on he rode,
As he rode down to Camelot.
From the bank and from the river
He flashed into the crystal mirror,
'Tirra lirra,' by the river
Sang Sir Lancelot.

She left the web, she left the loom,
She made three paces through the room,
She saw the water-lily bloom,
She saw the helmet and the plume,
She look'd down to Camelot.
Out flew the web and floated wide;
The mirror crack'd from side to side;
'The curse is come upon me,' cried
The Lady of Shalott.


                    IV


In the stormy east-wind straining,
The pale yellow woods were waning,
The broad stream in his banks complaining.
Heavily the low sky raining
Over tower'd Camelot;
Down she came and found a boat
Beneath a willow left afloat,
And around about the prow she wrote
The Lady of Shalott.

And down the river's dim expanse
Like some bold seer in a trance,
Seeing all his own mischance—
With a glassy countenance
Did she look to Camelot.
And at the closing of the day
She loosed the chain, and down she lay;
The broad stream bore her far away,
The Lady of Shalott.

Lying, robed in snowy white
That loosely flew to left and right—
The leaves upon her falling light—
Thro' the noises of the night,
She floated down to Camelot:
And as the boat-head wound along
The willowy hills and fields among,
They heard her singing her last song,
The Lady of Shalott.

Heard a carol, mournful, holy,
Chanted loudly, chanted lowly,
Till her blood was frozen slowly,
And her eyes were darkened wholly,
Turn'd to tower'd Camelot.
For ere she reach'd upon the tide
The first house by the water-side,
Singing in her song she died,
The Lady of Shalott.

Under tower and balcony,
By garden-wall and gallery,
A gleaming shape she floated by,
Dead-pale between the houses high,
Silent into Camelot.
Out upon the wharfs they came,
Knight and Burgher, Lord and Dame,
And around the prow they read her name,
The Lady of Shalott.

Who is this? And what is here?
And in the lighted palace near
Died the sound of royal cheer;
And they crossed themselves for fear,
All the Knights at Camelot;
But Lancelot mused a little space
He said, 'She has a lovely face;
God in his mercy lend her grace,
The Lady of Shalott.'




 The Lady of Shalott, William Maw Egley (1858)





LA DAMA DE SHALOTT




                  I



A ambos lados del río se despliegan
sembrados de cebada y de centeno
que visten la meseta y el cielo tocan;
y corre junto al campo la calzada
que va hasta Camelot la de las torres;
y va la gente en idas y venidas,
donde los lirios crecen contemplando,
en torno de la isla de allí abajo,
             la isla de Shalott.

El sauce palidece, tiembla el álamo,
cae en sombras la brisa, y se estremece
en esa ola que corre sin cesar
a orillas de la isla por el río
que fluye descendiendo a Camelot.
Cuatro muros y cuatro torres grises
dominan un lugar lleno de flores,
y en la isla silenciosa vive oculta
              la Dama de Shalott.

Junto al margen velado por los sauces
deslízanse tiradas las gabarras
por morosos caballos. Sin saludos,
pasa como volando la falúa,
con su vela de seda a Camelot:
mas, ¿ quién la ha visto hacer un ademán
o la ha visto asomada a la ventana?
¿O es que es conocida en todo el reino,
             la Dama de Shalott?

Sólo al amanecer, los segadores
que siegan las espigas de cebada
escuchan la canción que trae el eco
del río que serpea, transparente,
y que va a Camelot la de las torres.
Y con la luna, el segador cansado,
que apila las gavillas en la tierra,
susurra al escucharla: «Ésa es el hada,
             la Dama de Shalott».


                    II

Allí está ella, que teje noche y día
una mágica tela de colores.
Ha escuchado un susurro que le anuncia
que alguna horrible maldición le aguarda
si mira en dirección a Camelot.
No sabe qué será el encantamiento,
y así sigue tejiendo sin parar,
y ya sólo de eso se preocupa
la Dama de Shalott.

Y moviéndose en un límpido espejo
que está delante de ella todo el año,
se aparecen del mundo las tinieblas.
Allí ve la cercana carretera
que abajo serpea hasta Camelot:
allí gira del río el remolino,
y allí los más cerriles aldeanos
y las capas encarnadas de las mozas
pasan junto a Shalott.

A veces, un tropel de damiselas,
un abad tendido en almohadones,
un zagal con el pelo ensortijado,
o un paje con vestido carmesí
van hacia Camelot la de las torres.
Y alguna vez, en el azul espejo,
cabalgan dos a dos los caballeros:
no tiene caballero que la sirva
la Dama de Shalott.

Pero aún ella goza cuando teje
las mágicas visiones del espejo:
a menudo en las noches silenciosas
un funeral con velas y penachos
con su música iba a Camelot;
o cuando estaba la luna en el cielo
venían dos amantes ya casados.
«Harta estoy de tinieblas», se decía
la Dama de Shalott.


                   III


A un tiro de flecha de su alero
cabalgaba él en medio de las mieses:
venía el sol brillando entre las hojas,
llameando en las broncíneas grebas
del audaz y valiente Lanzarote.
Un cruzado por siempre de rodillas
ante una dama fulgía en su escudo
por los remotos campos amarillos
cercanos a Shalott.

Lucía libre la enjoyada brida
como un ramal de estrellas que se ve
prendido de la áurea galaxia.
Sonaban los alegres cascabeles
mientras él cabalgaba a Camelot:
y de su heráldica trena colgaba
un potente clarín todo de plata;
tintineaba, al trote, su armadura
muy cerca de Shalott.

Bajo el azul del cielo despejado
su silla tan lujosa refulgía
el yelmo y la alta pluma sobre el yelmo
como una sola llama ardían juntos
mientras él cabalgaba a Camelot.
Tal sucede en la noche purpúrea
bajo constelaciones luminosas,
un barbado meteoro se aproxima
a la quieta Shalott.

Su clara frente al sol resplandecía,
montado en su corcel de hermosos cascos;
pendían de debajo de su yelmo
sus bucles que eran negros cual tizones
mientras él cabalgaba a Camelot.
Al pasar por la orilla y junto al río
brillaba en el espejo de cristal.
«Tiroliro», por la margen del río
cantaba Lanzarote.

Ella dejó el paño, dejó el telar,
a través de la estancia dio tres pasos,
vio que su lirio de agua florecía,
contempló el yelmo y contempló la pluma,
dirigió su mirada a Camelot.
Salió volando el hilo por los aires,
de lado a lado se quebró el espejo.
«Es ésta ya la maldición», gritó
la Dama de Shalott.


                    IV


Al soplo huracanado del levante,
los bosques sin color languidecían;
las aguas lamentábanse en la orilla;
con un cielo plomizo y bajo, estaba
lloviendo en Camelot la de las torres.
Ella descendió y encontró una barca
bajo un sauce flotando entre las aguas,
y en torno de la proa dejó escrito
La Dama de Shalott.

Y a través de la niebla, río abajo,
cual temerario vidente en un trance
que ve todos sus propios infortunios,
vidriada la expresión de su semblante,
dirigió su mirada a Camelot.
Y luego, a la caída de la tarde,
retiró la cadena y se tendió;
muy lejos la arrastró el ancho caudal,
la Dama de Shalott.

Echada, toda de un níveo blanco
que flotaba a los lados libremente
—leves hojas cayendo sobre ella—,
a través de los ruidos de la noche
fue deslizándose hasta Camelot.
Y en tanto que la barca serpeaba
entre cerros de sauces y sembrados,
cantar la oyeron su canción postrera,
la Dama de Shalott.

Oyeron un himno doliente y sacro
cantado en alto, cantado quedamente,
hasta que se heló su sangre despacio
y sus ojos se nublaron del todo
vueltos a Camelot la de las torres.
Cuando llegaba ya con la corriente
a la primera casa junto al agua,
cantando su canción, ella murió,
la Dama de Shalott.

Por debajo de torres y balcones,
junto a muros de calles y jardines,
su forma resplandeciente flotaba,
su mortal palidez entre las casas,
ya silenciosamente en Camelot.
Viniendo de los muelles se acercaron
caballero y burgués, señor y dama,
y su nombre leyeron en la proa,
La Dama de Shalott.

¿Quién es ésta? ¿Y qué es lo que hace aquí?
Y en el cercano palacio encendido
se extinguió la alegría cortesana,
y llenos de temor se santiguaron
en Camelot los caballeros todos.
Pero quedó pensativo Lanzarote;
luego dijo: «Tiene un hermoso rostro;
que Dios se apiade de ella, en su clemencia,
la Dama de Shalott».














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Loreena McKennitt - La Serenissima

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Loreena McKennitt 

La Serenissima











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martes, 26 de mayo de 2009

CHANSON DE UNA DAMA EN LA SOMBRA -PAUL CELAN-





CHANSON


DE UNA DAMA


EN LA SOMBRA




-PAUL CELAN-





Cartier-Bresson






Cuando viene la silenciosa y decapita los tulipanes:
¿Quién gana?
Quién pierde?
¿Quién va a la ventana?
¿Quién nombra su nombre primero?

Es uno que lleva mi pelo.
Lo lleva como se lleva a los muertos en las manos.
Lo lleva como el cielo llevó mi pelo el año en que amaba.
Lo lleva así por vanidad.

Ese gana.
Ese no pierde.
Ese no va a la ventana.
Ese no nombra su nombre.

Es uno que tiene mis ojos.
Los tiene desde que los portones se cerraron.
Los lleva en el dedo como anillos.
Los lleva como trizas de placer y zafiro:
él ya era mi hermano en otoño;
ya cuenta los días y noches.

Ese gana.
Ese no pierde.
Ese no va a la ventana.
Ese nombra su nombre al final.

Es uno que tiene lo que dije.
Lo lleva bajo el brazo como un hato.
Lo lleva como el reloj su más mala hora.
Lo lleva de umbral en umbral, y nunca lo arroja.

Ese no gana.
Ese pierde.
Ese va hacia la ventana.

Ese nombra su nombre primero.
Ese es con los tulipanes decapitado.